sábado, 29 de mayo de 2010

La arquitectura y el poder.



La ciudad es el lugar donde uno se reconoce. Le Corbusier

En el libro La arquitectura del poder, de Deyan Sudjic y publicado por la Editorial Ariel encontramos una relación poco analizada: el arquitecto y el poder. La arquitectura históricamente usada como un instrumento de propaganda política y como símbolo de la imposición de los poderosos. Un capítulo poco conocido de la historia. En su narración Sudjic nos lleva de Sadam Hussein a Mitterand, pasando por Cesar Augusto o Napoleón III, los diferentes capítulos van desgranando momentos históricos y proyectos urbanísticos y arquitectónicos en los que el autor señala las ansias de los poderosos por ver reflejado física y espacialmente su poder. Y es que hasta el propio Obama tuvo un sueño de convertirse en arquitecto y quién sabe si, como otros, no ha convertido esa “vocación” en una trayectoria política. Por otro lado las relaciones entre Adolf Hitler y Albert Speer, el arquitecto oficial del III Reich, el arquitecto coreógrafo de los grandes despliegues militares que alucinaron a la población alemana y compungieron al mundo en la primera mitad del siglo pasado. Una buena forma de entender el significado altamente simbólico de la Cancillería alemana, mandada construir por Hitler para mayor gloria suya y, sobre todo, para impresionar a quienes pasaban a despachar con él. Una buena forma de entender también la grandilocuencia nazi al leer los planes de reconstrucción de Berlín para convertirlo en una nueva ciudad, Germania, que sería la nueva Roma del siglo XX. En la película "El Hundimiento" uno de los personajes principales de esta película era Albert Speer, arquitecto del Führer que aparecía reflejado como un hombre de mente templada pero totalmente fiel al partido. Hay una escena en la que Hitler revisaba una maqueta de su proyecto más ambicioso: La construcción de "Germania", que como decía en la película sintetizaba los estilos arquitectónicos de todas las épocas en una única ciudad del conocimiento. Un detalle muy interesante de la película es que Speer acude al bunker donde esta confinado Hitler para comunicarle que las obras de demolición habían sido canceladas hacia meses y que quería comunicárselo pues le cargaba la conciencia, demostrando así que aunque le era fiel, era consciente de lo absurdo del proyecto. Stalin, otro personaje fundamental de la historia del siglo pasado y que también entendió la construcción del espacio como una forma de representación de su poder y como una forma de ejercer ese mismo poder. Aquí el relato del libro se centra en los planes del dictador de convertir la Catedral de Cristo el Salvador en el Palacio de los Soviets, un edifico que reflejaría el poder del pueblo organizado y la superioridad de Stalin como líder supremo del pueblo. Para ello, llegó a convocar un concurso internacional de arquitectos en el que participaron las firmas más importantes del momento; nombres como Le Corbusier o Gropius presentaron sus proyectos, resultando finalmente ganador el proyecto presentado por Boris Iofan . El proyecto empezó a construirse pero la invasión alemana de 1941 dio por terminada precipitadamente su construcción y los materiales acabaron siendo utilizados para la construcción de puentes y estructuras defensivas, terminando de esta forma con el sueño constructivo de Stalin y de su arquitecto del poder. Benito Mussolini también tuvo sus aires de grandeza arquitectónica, quizá a un nivel inferior, y también dispuso de sus arquitectos de cabecera, destacando entre ellos a Marcelo Piacentini encargado de la construcción del barrio EUR, en la Exposición Universal de Roma en 1942, conocido como E42, pensado como continuación territorial de Roma y como forma de recuperar el esplendor imperial de la ciudad. En términos urbanísticos, E42 fue diseñado para dirigir la expansión de la ciudad hacia el suroeste, conectándola con el mar. La exposición planeada nunca tuvo lugar debido a la derrota italiana en la Segunda Guerra Mundial. En este punto es donde resulta sorprendente valorar que en la Exposición Internacional de París en 1937 se encontraron tres pabellones nacionales (Alemania, URSS e Italia) firmados por el trío de arquitectos del poder (Speer, Iofan y Piacentini), en un encuentro que hoy produce espanto, de los líderes de la estética totalitaria. Un momento histórico en el que, por otro lado, la II República Española trataba de hacerse oír internacionalmente en un grito de auxilio presentando un notable pabellón que incluía el Guernica, un símbolo de estética antitotalitaria. En los últimos capítulos donde aparecen nombres más actuales de la arquitectura como Santiago Calatrava o Frank Gehry y hay sitio para el efecto Guggenheim o el síndrome de los rascacielos. Se cuenta cómo la arquitectura también es un instrumento para inventar naciones (Yugoslavia, Irán, Turquía), un instrumento para remarcar la identidad nacional en tiempos de incertidumbres (los empeños de Mitterrand por levantar a toda costa el Louvre y el Grande Arche de La Defense) o un instrumento para extender el poderío cultural estadounidense. ¿Dónde está hoy el poder? ¿Quién está construyendo las grandes representaciones del poder económico? Está bien claro: Dubai con su obsesión de contar con la arquitectura más osada o la que deberíamos llamar la arquitectura del exceso y China envuelta en una carrera desarrollista sin medida provocando grandes encuentros raciales que parecen no importarle. En México también contamos con estos momentos de arquitectura y poder no citados en este libro pero que bien podríamos anotarlos más adelante, porfiriato aparte, donde se retratan claramente el desarrollo y evolución de una sociedad que con gusto, a cambio del "progreso", se sometía a una dictadura…

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